miércoles, 9 de abril de 2008

EL COMIENZO DEL VIAJE

A partir de octubre de 1987 comenzó a llegar un grupo de 12 adultos y cuatro niños hasta Huillinco con la intención de establecer un "campamento permanente" en Chiloé. Algunos eran pareja y otros estaban solos, pero lo que los unía era el escultismo. Todos eran jefes scouts de distintos colegios de la capital, como el Santiago College, Saint Gabriel's, Lincoln y Sagrados Corazones. Cansados de la ciudad, y esperando realizar su proyecto de vida, dejaron todo para instalarse en carpa en la isla, en un terreno de 20 hectáreas comprado con sus ahorros personales a unos 5 kms. del pueblo. Ahí construyeron una primera casa que estuvo lista después de cuatro meses de trabajo. En ese período, arrendaron otra residencia en Huillinco para las mujeres y los niños, mientras los hombres -junto a vecinos de la zona- trabajaban en la edificación del refugio.

En un principio no fue fácil. Muchos no contaban con el apoyo de sus padres, que vieron en esta idea una verdadera locura. "Mi mamá y mi papá se cuestionaban '¿pero qué te hice?', le preguntaban a mi hermano, porque hay una pérdida. El les explicaba que quería ser más independiente", cuenta Hernán de la Maza , hermano de Horacio, un miembro de Cahuala, al que suele visitar junto a sus padres.

En Huillinco nadie les tenía fe. Pensaban que después del primer invierno se marcharían a Santiago. Lo mismo creían los familiares de esos jóvenes. Han pasado 20 años y el espeso bosque que habitaban hoy es un parque con lagunas, puentes colgantes y casas. "Al año ya estábamos recibiendo a nuestros papás. Muchos de ellos soñaban con que fuéramos profesionales, gerentes de empresas y todo eso. Cuando llegaban, quedaban medio espantados con lo que estábamos haciendo, porque en esa época era todo precario y sacrificado, hoy es casi perfecto. A nosotros, al principio nos gustaba esa precariedad", cuenta Rafael Molina, sicólogo, uno de los fundadores de los Cahuala, hoy ya retirado de la comunidad y socio de una firma de consultorías en Santiago.

Antes de llegar a Chiloé, estos jóvenes habían vivido en comunidad en una casa en el barrio Bellavista, en Ernesto Pinto Lagarrigue. "En esa época todos éramos súper independientes y medios hippies. Todos nuestros vecinos eran universitarios solos, que arrendaban. Muchos soñaban con vivir en comunidad. No era tan raro en esa época, lo que pasa es que no a todos les resultó" dice Molina.



La comunidad en Bellavista se llamaba "Las Rosas". Estudiaban, trabajaban y pasaban horas en la salita de música que habían armado, interpretando hits de Sui Generis y el rock progresivo de Emerson, Lake & Palmer. Se comprometieron a no partir a la isla hasta terminar sus estudios universitarios, lo que les daría una base para empezar una vida en la ciudad en caso de que se cansaran de Chiloé.



Alejandra Pinto, miembro de Cahuala, partió sin haber terminado la universidad. Una vez allá, decidió volver a Santiago a terminar sus estudios. Similar situación vivió Molina, que se fue recién casado y sin terminar su memoria de Sicología en la Católica. "Me tuve que devolver a Santiago a hacer mi tesis. La idea era armar una oficina de profesionales en Castro, y necesitábamos estar titulados".

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